Calor, calor, calor.

Ayer volví a Madrid. Dicen que para gustos se hicieron los colores, y por ahí intento entender a los norteños que se quejan del clima que nos ha tocado y que yo llevo intentando disfrutar dos meses porque sabía lo que dejaba aquí y lo que me esperaba cuando volviera. Supongo que la mayoría no lo han perdido de vista por más del mes que duran las vacaciones. O que les gusta el bochorno abrasador, no sé. Lo único que alcanzo a pensar es que yo después de cuatro años no consigo acostumbrarme a que se me pegue la ropa al cuerpo, ni a tener las persianas cerradas hasta las 10 de la noche.
Para rematar el día, el resultado de tener un piso cerrado durante dos meses de verano es lo que me encontré al abrir la puerta: un agobiante horno lleno de polvo y olor a tuberías. ¿Cómo encuentras el modo de ventilar eso? No lo sé, aun a estas alturas estoy en la búsqueda de la solución. Es de idiotas intentar ventilar un cubículo en el que no corre el aire.
Vuelvo con la promesa de pasar un septiembre productivo. Un septiembre en el que dedicarme a lo que he venido y no repetir los pasados, en los que las sobremesas de la tarde se alargaban hasta las 3 de la mañana entre limonadas, tabaco y scartergories. Lo peor de esto es que siempre me decepciono a mi misma incumpliendo las promesas que me hago ¿ por qué siempre me es más fácil cumplir las que hago a los demás que las que me propongo a mí misma?