Ayer volví a Madrid. Dicen que para gustos se hicieron los colores, y por ahí intento entender a los norteños que se quejan del clima que nos ha tocado y que yo llevo intentando disfrutar dos meses porque sabía lo que dejaba aquí y lo que me esperaba cuando volviera. Supongo que la mayoría no lo han perdido de vista por más del mes que duran las vacaciones. O que les gusta el bochorno abrasador, no sé. Lo único que alcanzo a pensar es que yo después de cuatro años no consigo acostumbrarme a que se me pegue la ropa al cuerpo, ni a tener las persianas cerradas hasta las 10 de la noche.
Para rematar el día, el resultado de tener un piso cerrado durante dos meses de verano es lo que me encontré al abrir la puerta: un agobiante horno lleno de polvo y olor a tuberías. ¿Cómo encuentras el modo de ventilar eso? No lo sé, aun a estas alturas estoy en la búsqueda de la solución. Es de idiotas intentar ventilar un cubículo en el que no corre el aire.
Vuelvo con la promesa de pasar un septiembre productivo. Un septiembre en el que dedicarme a lo que he venido y no repetir los pasados, en los que las sobremesas de la tarde se alargaban hasta las 3 de la mañana entre limonadas, tabaco y scartergories. Lo peor de esto es que siempre me decepciono a mi misma incumpliendo las promesas que me hago ¿ por qué siempre me es más fácil cumplir las que hago a los demás que las que me propongo a mí misma?

He sentido no tener vida. De casa al trabajo, del trabajo a la cama. Me he sentido explotada y asqueada con el mundo. He recordado lo desagradable que puede ser la gente cuando quiere y sin motivo ninguno, mientras los demás intentamos poner nuestra mejor sonrisa y decir el milésimo “hola, buenas” del día.
El último día dudaba entre hacerme ermitaña o irme de fiesta y desquitarme. Opté por lo último. Y por pensar en el montón de gente diferente e interesante que he conocido. Por aquellos que te alegran los días de trabajo con sus sonrisas llenas de ilusión. Por el viaje que me voy a pegar.
Porque a veces, cuando pasa, parece menos dramático. Como una ruptura. Como la depilación.

Me agobia volver a casa. Me agobian dos meses de explicaciones que los diez restantes no doy. Me agobia que sepan cuando entro. Y cuando salgo. Me agobia no poder fumarme un cigarrillo en mi sofá. Me agobia tener que llamar si llego tarde. Que me llamen a las ocho de la mañana para ver por qué no he vuelto. Tener que llegar si no quiero. Mentir si duermo fuera. Me agobia tener que mirarme en el ascensor para borrar el rastro del alcohol. Y disimular la resaca cuando solo quiero paracetamol….

….y lo peor de todo es que sé que tengo suerte de que no me controlen.

Una vez tuve un blog. Duró exactamente diez entradas. Supongo que eso dice ya algo de mi persona. Como supongo, también, que lo dirá el que lo empezara en una época en la que intentaba entretenerme en algo mientras evitaba estudiar, como ahora. Aunque para ser justos, ahora estoy de vacaciones, el sol brilla por su ausencia en esta mi querida ciudad y me aburro.
No tengo ni idea de cuanto durará éste, ni de que hablaré. Ni creo que nadie me lea y menos que a alguien interese lo que escribo. Pero mira, here we go again.